I
Y llegaron dispuestos a crear vientos desde la razón y todo cambió, lo primero fue acabar con los egos, por ahí empezaba la miseria moral de esa humanidad que se debatía ya en sus últimos pasos hacia el ocaso de la especie. Sin la omnipresencia del yo se podría llegar al todos, no había otra manera, se habían intentado a lo largo de las eras todo tipo de reformas y contrarreformas, vueltas de tuerca incluidas, pero de nada habían servido, la mente humana era una insondable caja de sorpresas. Y entonces sopló y ya no deja de soplar un huracán que aún pervive en todos los rincones de un planeta que florece entre ruinas sepultadas, tanto había que arrastrar que poco quedó en pie, siglos de supersticiones y cultos al más allá desaparecieron, se difuminaron en un ocaso postergado durante milenios y germinó ella, radiante, indómita y bella, la semilla de la libertad, oculta en lo más remoto. Y la luz, por fin la luz, el hombre y su entorno en armonía, colectividades que amparan individuos, individuos que forman colectividades, el hombre y su alimento, de sol a sol, leyendo los signos del tiempo, unidos a la simiente que se yergue digna como única causa por la que empuñar una idea que se extiende y se crea, se recrea en torno a una hoguera y al mismo latido. Todo acabó para volver a empezar, sin fin nunca hubo un comienzo, mas que su origen, pero ahora llegó para quedarse, sin gobierno más allá de su 1'80, sin norma más que su ética, la misma que la de él y la del otro, terrenal, violentamente terrenal, pegada a la raíz que hace brotar bosques y valles, sin dogma innecesario y molesto, todo tan sencillo en su horma como complicado en su resultado. Seguir vivos y que se enteren todas las estrellas que abarrotan las noches de nostalgias y que reviente la dignidad que siempre lloró sola, tan sola como la brizna de hierba que espera el primer rocío. Los lastres de este mundo nunca son inherentes al entorno natural, en él nada es pesado todo queda suspendido, después se crean códigos y se instauran costumbres ajenas al entorno, ajenas al hombre, casi todos claudicamos y nos pasan revista para que nadie falte, y si faltas alguna vez te lo recuerdan una y otra vez, nada se deja a la improvisación. Se puede vivir sordo al estruendo que nunca oímos, pero del que sabemos su existencia por esa metralla que a veces se deposita en nuestra conciencia y sin embargo dar por bueno todo y así creerse más feliz, lejos de preocupaciones de los que buscan sentido en las cosas más recónditas, viviendo en la superficie pero sin aire interior, alimentándose de la rutina y de prensa amarilla o rosa, de realitys diseñados por psicólogos sin ética que buscan la audiencia fácil, ídolos de cartón que tendrán su momento de gloria, modas pasajeras, música pegadiza de usar y tirar, mundo basura, fácil y cómodo al alcance de cualquier ciudadano medio, que rinde culto a ese gran invento al que guardamos sitio preferente en nuestro salón o tener acceso a la red, globalización en tiempo real. Pero también se puede vivir infeliz pero consciente, inquieto pero lúcido, a veces resignado, a veces esperanzado pero siempre uno, en la individualidad liberadora, alimentado por sensaciones ajenas al espacio común con el que ocupamos nuestros devaneos, pequeños microclimas que enaltecen el espíritu. Vivir en una urna o vivir esparcido en lo insondable, difuso y en paz, en esa nada esclarecedora y luminosa que nace con el primer rayo de luz al alba, en esa melodía que se quedó prendida en melancolía en otros tiempos, las urnas para los autómatas que necesitan elegir quien gobierna sus vidas, pobres infelices que se alimentan de circo y se distraen con el pan ajeno. Crepitan las ramas altas en el crepúsculo viejo, lo hacen por falta de costumbre, nunca se avisó al pájaro negro de ello y su vuelo reveló el anochecer, nuevas luces se encienden en las tierras bajas y los humos de las fábricas no cesan, mientras haya hombres dispuestos a ello lo harán, es el designio de la historia humana, la única escrita hasta ahora, aunque lo importante nunca se dejó en negro sobre blanco, se observó, se aprendió y se nació con ello, proceso natural, condenado al olvido, también es historia, es designio, es humano, no es razón. Tejas de los tejados que muestran su verdadero color tras la lluvia se divisan en toda la aldea, se guarda el recuerdo de ellas y el pájaro negro sobrevuela la visión afortunada de un viandante para posarse en lo alto de la cruz de la iglesia más próxima, encima de la cruz permanece durante unos instantes, erguido y ágil, no olvida defecar antes de emprender vuelo, era su momento adecuado, abandona la aldea presuroso y satisfecho. Las estaciones pasan dejando su impronta, cambiando de paisaje para la visión mal entrenada, pues el bosque siempre es el mismo y el río y la montaña, solo se visten y desvisten para entretener a la bestia.
Andrés
Via mail nos envían este texto, perdón por la tardanza! esperamos lo disfrutéis!
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