14 de febrero de 2011

Prólogo Los condenados de la tierra

Prólogo del filósofo francés J.P,Sartre aparecido en el libro "Los condenados de la tierra", tremenda crítica al colonialismo europeo de ayer, de hoy y de mañana.


"[...]En el siglo pasado, la burguesía consideraba a los obreros como envidiosos, desquiciados por groseros apetitos, pero se preocupaba por incluir a esos seres brutales en nuestra especie: de no ser hombres y libres ¿cómo podrían vender libremente su fuerza de trabajo?….Con el trabajo forzado sucede todo lo contrario. No hay contrato. Además, hay que intimidar….Nuestros soldados en ultramar aplican al género humano el “numerus clausus”: como nadie puede despojar a su semejante sin cometer un crimen, sin someterlo o matarlo, plantean como principio que el colonizado no es el semejante del hombre….Se ordena reducir a los habitantes del territorio anexado al nivel de monos superiores, para justificar que el colono los trate como bestias. La violencia colonial no se propone sólo como finalidad mantener en actitud respetuosa a los hombres sometidos, trata de deshumanizarlos. Nada será ahorrado para liquidar sus tradiciones, para sustituir sus lenguas por las nuestras, para destruir su cultura sin darles la nuestra; se les embrutecerá de cansancio. Desnutridos, enfermos, si resisten todavía al miedo…los fusiles se dirigirán contra el campesino; vienen civiles que se instalan en su tierra y con el látigo los obligan a cultivarla para ellos….Y sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos, no se logra el fin en ninguna parte. Y no sostengo que sea imposible convertir a un hombre en bestia….Cuando se domestica a un miembro de nuestra especie, se disminuye su rendimiento….acaba por costar más de lo que rinde. Por esa razón, los colonos se ven obligados a dejar a medias la domesticación: el resultado, ni hombre ni bestia, es el indígena….¿No hace falta, acaso, que los explote? Al no poder llevar la matanza hasta el genocidio y la servidumbre hasta el embrutecimiento animal, pierde el control, la operación se invierte, una implacable lógica lo llevará hasta la descolonización.
El colono…ese personaje déspota, enloquecido por su omnipotencia y por el miedo de perderla, ya no se acuerda de que ha sido un hombre: se considera un látigo o un fusil: ha llegado a creer que la domesticación de las “razas inferiores” se obtiene mediante el condicionamiento de sus reflejos. No toma en cuenta la memoria humana, los recuerdos imborrables; y sobre todo, hay algo que quizá no ha sabido jamás: no nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros.
Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro, los metales y el petróleo de los “continentes nuevos” para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales industriales, y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los mercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa, cargada de riquezas, otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir un cómplice puesto que todos nos hemos beneficiado de la explotación colonial…Nuestro humanismo es racista, puesto que el europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos.
¿Dónde están ahora los salvajes? ¿Donde está la barbarie?"

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