En la revista El Fuelle, órgano de expresión de las Juventudes Anarquistas (FIJA), podemos encontrar un interesante artículo titulado "Releyendo a Debord y su sociedad del espectáculo".
A nivel general nos expone a grandes rasgos un analisis del pensamiento de Guy Debord y de su libro más conocido "La sociedad del espectáculo" exponiendo lo que para el autor es lo más característico de su pensamiento y de la la validez de ciertas ideas sobre otras. Os pongo un fragmento del artículo para que lo consigáis en cuanto lo veais.
Capitulo II. la mercancia como espectáculo (o la realidad mercantil)
La actualidad está marcada por la preponderancia de la producción sobre el uso del producto. Las multinacionales fabrican sin cesar millones de vehículos al día y su eficiente aparato propagandístico (ligado evidentemente al estatal, de todos los estados, totalitarios o no) es capaz de que las personas consumamos ese producto, aunque no lo necesitemos. Somos consumidores de ilusiones, no de productos, por lo que una vez comprado el vehículo, la batidora o el collar, la sensación de bienestar desaparece, germinando en su lugar el bienestar por la apariencia en algunos casos (cuando enseñamos nuestro flamante BMW a nuestros supuestos amigos).
La mercantilización de la vida es un producto consciente, que deriva de la necesidad del propio sistema de poder para aumentar los beneficios y la producción. La tecnología podría haber desplazado a los obreros fuera de a capacidad de consumo, pero en la integración de éstos en la distribución de la mercancía estaba la solución del sistema integrado de alienación y explotación (combinación de capitalismo de Estado y capitalismo burgués): ahora los "obreros" pueden consumir los productos que fabrican (incluyendo el tiempo), eso sí, sin tener ninguna conexión real con ellos ni con su utilidad, ya que otro modo no sería posible mantener a alguien produciendo siempre la misma palanca de cambios para el mismo tipo de coche (el cual seguramente nunca llegará a conducir). No es de extrañar, por tanto, que las mercancías que compramos no valgan lo que cuesta elaborarlas, como en el caso evidente y flagrante de los productos agrícolas que nos llegan desde lejanos lugares del planeta.
Hemos de darnos cuenta, por lo tanto, que gran parte de lo que "fabricamos" a día de hoy para las multinacionales y para los estados, ya sea, materiales o el propio tiempo, no nos servirá de nada en el futuro, como de hecho no nos sirve hoy día. Hemos de recuperar la relación que deberíamos mantener con lo que producimos para adecuar nuestros esfuerzos a cubrir todas nuestras necesidades.[...]