Articulo sobre el nacionalismo aparecido en el Ekintza Zuzena nº 33
Los nacionalismos, así como los dioses, se han presentado a lo largo de la historia como elementos justificativos de situaciones de opresión y de guerras de expansión. Mucho más complejo resulta reflexionar sobre qué es el nacionalismo y por qué tiene la fuerza para justificar toda situación de injusticia, opresión y toda forma de conquista. De hecho, no existe ninguna definición estable ni consensuada sobre qué es nación. Tal y como afirma Hobsbawn, «la característica principal de esta forma de clasificar a los grupos de seres humanos es que, a pesar de que los que pertenecen a ella dicen que en cierto modo es básica y fundamental para la existencia social de sus miembros (...), no es posible descubrir ningún criterio satisfactorio que permita decidir cuál de las numerosas colectividades humanas debería etiquetarse de esta manera» (Hobsbawn, 1990: p. 13). Así se han generado múltiples definiciones de Nación, como por ejemplo la de Stalin, quien teorizó, por encargo de Lenin, sobre el nacionalismo dentro de la tradición marxista. Y fue el mismo Stalin, ya en el poder, quien cerró en el marxismo la revolución «en un solo país» frente al «internacionalismo» anteriormente proclamado. En todo caso, con el nacionalismo pasa una cosa similar a cuando reflexionamos sobre los Dioses: ¿cuál será el verdadero? De hecho, la relación entre dios y nación no es nada extraña. Como tampoco son cosas tan diferentes. Así, Josep R. Llobera nos habla de esta relación entre Dios y Nación: «La nación, como una comunidad culturalmente definida, es el valor simbólico más elevado de la modernidad; posee un carácter cuasi sagrado sólo igualado por la religión(...)
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