"[...]—Leyes de accidentes del trabajo, de protección de la infancia, de jurados mixtos, de salarios mínimos... yo las considero todas absurdas y cínicas. El que hace la ley se juzga en posesión de la verdad y de la justicia, y ¿cómo han de ser posesores de la verdad y de la justicia los tiranos? La ley supone concesión, y ¿cómo vamos á tolerar que se nos conceda graciosamente una mínima parte de lo que se nos ha detentado?... Podrá hablarse cuanto se quiera del problema social; podrán invocarse sociólogos, economistas, filósofos... Yo no necesito invocar á nadie para saber que la tierra no tiene dueño, y que un príncipe, ó un ministro, ó un industrial, no tiene más derechos que yo, obrero, para gozar de los placeres del arte y de la naturaleza... El trabajo —dicen los economistas— es la fuente de la propiedad; una casa es mía porque con mi trabajo, ó con mi dinero, que representa trabajo, la fabrico... Y, ¿quién ha enseñado á ese propietario —pregunto yo— á arrancar la piedra yeso en la cantera? Y ¿quién ha inventado el fuego en que se ha de tostar esa piedra, y las reglas con que se han de levantar los muros, y las artes diversas con que se ha de acabar la casa toda? En estricta justicia distributiva, pensando bien y sintiendo de todo corazón, ese propietario envanecido con su casa tendría que inscribirla en el registro de la propiedad á nombre del primer salvaje que hizo brotar el fuego del roce de unos maderos contra otros... Cuando yo muevo mi pluma para escribir una página, ¿puedo asegurar que esa página es mía y no de las generaciones y generaciones que han inventado el alfabeto, la gramática, la retórica, la dialéctica?"
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