7 de enero de 2011

Fragmentos, ateísmo

Fragmentos de grandes obras del ateísmo que han resultado especialmente bellas o esclarecedoras para el pensamiento. Unos por su certeza de la inexistencia de un ser superior, otros por darse cuenta de la relatividad de la existencia de estos seres y el último por su melancolía al descubrirlo.
 

"¿Dónde está la tumba de los dioses muertos? ¿Qué deudo tardío riega sus túmulos sepulcrales? Hubo una época en que Júpiter era el rey de los dioses, y cualquiera que dudara de su poder era ipso facto un ignorante. ¿Pero en qué lugar del mundo hay un hombre que venere hoy a Júpiter? ¿Y qué decir de Huitzilipochtli? En un solo año -y esto sucedió hace apenas cinco siglos- sacrificaron en su honor a 50.000 doncellas. Hoy nadie lo recuerda, excepto quizás algún salvaje errabundo perdido en la inmensidad de los bosques mexicanos.

Huitzilopochtli, al igual que muchos otros dioses, no tenía un padre humano: su madre era una viuda virtuosa y lo engendró tras un coqueteo aparentemente inocente que mantuvo con el sol. Cuando él fruncía el ceño, su padre, el Sol, se detenía. Cuando lanzaba rugidos de ira, los cataclismos devoraban ciudades enteras. Cuando tenía sed lo rociaban con 40.000 litros de sangre humana. Pero hoy Huitzilipochtli está tan magnificamente olvidado como Allen G. Thurman. Quien fuera otrora el par de Alá, Buda y Wotan, lo es hoy de Richmond P. Hobson, Alton B. Parker, Adelina Patti, el general Weyler y Tom Sharkey.

Al hablar de Huitzilopochtli recordamos a su hermano Tezcatilpoca. Tezcatilpoca era casi tan poderoso como él: consumía 25.000 vírgenes por año. Si me conducen hasta su tumba lloraré y colgaré en ella una corona de perlas. Pero ¿quién sabe dónde está? ¿O dónde está la tumba de Quetzacoatl? ¿O la de Xiehtecutli? ¿O la de Centeotl, tan dulce? ¿O la de Tlazolteotl, la diosa del amor? ¿O la de Mictlan? ¿O la de Xipe? ¿O la de toda la legión de Txitzimitles? ¿Dónde están sus huesos? ¿Dónde está el sauce del que cuelgan sus arpas? ¿En qué Infierno perdido e ignoto esperan la mañana de la resurrección? ¿Quién disfruta de sus bienes residuales? ¿O dónde está la de Dis, que según descubrió Cesar era el Dios principal de los celtas? ¿O la de Tarvers, el toro? ¿O la de Moccos, el cerdo? ¿O la de Epona, la yegua? ¿O la de Mullo, el asno celestial? Hubo una época en que los irlandeses veneraban todos estos dioses, pero hoy incluso el irlandés más borracho se rie de ellos.

Sin embargo, no están solos en el olvido: el Infierno de los dioses muertos está tan poblado como el Infierno presbiteriano para párvulos. Alli están Damona, y Esus, y Durmeton y Silvana, y Dervones y Adsalluta, y Deva, y Belisama, y Uxellimus, y Borvo, y Grannos, y Mogons. Todos ellos dioses poderosos de su época, venerados por millones, llenos de exigencias e imposiciones, capaces de atar y desatar, todos ellos dioses de primera categoría. Los hombres trabajaban durante generaciones para construirles templos gigantescos, templos con piedras grandes como carretas. El negocio de interpretar sus caprichos ocupaba a miles de sacerdotes, obispos y arzobispos. Dudar de ellos equivalía a morir, generalmente en la pira. Los ejércitos se ponían en campaña para defenderlos de los infieles: quemaban aldeas, masacraban mujeres y niños, robaban el ganado. Pero al fin todos se marchitaron y murieron y hoy no hay nadie tan desahuciado como para prestarse a honrarlos.

¿Qué se ha hecho de Sutekh, que otrora fue el dios supremo de todo el valle del Nilo? ¿Qué se ha hecho de: Reshep, Anat, Ashtoret, Hadad, Nebo, Melek, Ahija, Isis, Pta, Baal, Astarté, Hadad, Dagón, Yau, Amón-Ra, Osiris, Moloch? Todos estos fueron antaño dioses muy eminentes. El Antiguo Testamento menciona a muchos de ellos con miedo y escalofrío. Hace cinco o seis mil años estaban a la altura del mismo Yavé. Los peores de ellos estaban mucho más empinados que Thor.

Sin embargo, todos se han ido por el sumidero, en compañía de: Arianrod, Morrigu, Govannon, Gunfled, Dagda, Ogyrvan, Dea Dia, Iuno Lucina, Saturno, Furrina, Cronos, Engurra, Belus, Ubilulu, U-dimmer-an-kia, U-sab-sib, U-Mersi, Tammuz, Venus, Beltis, Nusku, Aa, Sin, Apsu, Elali, Mami, [...]

Pídale al párroco que le preste un buen libro de religión comparada: los encontrará enumerados a todos. Eran dioses de alto rango, dioses de pueblos civilizados, en los que creían millones de personas que los veneraban. Todos eran omnipotentes, omniscientes e inmortales. Y todos están muertos."


Responso, H. L. Mencken

"La teocracia encuentra su panacea en la democracia; el poder del pueblo, la soberanía inmanente de los ciudadanos contra el pretendido magisterio de Dios, de hecho, de los que lo invocan...En nombre de Dios, la historia es testigo, los tres monoteísmos han hecho correr durante siglos increíbles ríos de sangre. Guerras, expediciones punitivas, masacres, asesinatos, colonialismo, etnocidios, genocidios, Cruzadas, Inquisiciones, ¡y hoy hiperterrorismo universal! 
   Deconstruir los monoteísmos, desmitificar el judecristianismo-también el islam, por supuest-, luego desmontar la teocracia: éstas son las tres tareas inaugurales para la ateología. A partir de ellas, será posible elaborar un nuevo orden ético y crear en Occidente lsa condiciones para una verdadera moral poscristiana donde el cuerpo deje de ser un castigo y la tierra un mar de lágrimas, la vida una catástrofe, el placer un pecado, las mujeres una maldición, la inteligencia una presunción y la voluptuosidad una condena."


Tratado de ateología, Michel Onfray




                                    VI
"[...]Oh proyección del hombre, tú, Figura,
reciente imagen nuestra, ¿Habrá quien sobreviva
tu final?¿Qué nos tentó a crearte, qué locura,
si ahora ya no podemos mantenerte viva?
                                   VII
  Concebido celoso y sin medida,
le hicimos con el tiempo recto judicante, 
dispuesto a bencecir a los de dura vida,
sufrido, y en misericordias abundante.

                                    VIII
Y, ofuscados por nuestro antiguo sueño,
hambrientos de consuelo, llegamos a mentirnos, 
a erigir en creador nuestro propio diseño,
y de imaginaciones nuestras persuadirnos."
 T.Hardy, El funeral de Dios

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